Tener autonomía emocional es no ser altamente vulnerable a los entornos tóxicos y a las circunstacias adversas.
Como dice Rafel Bisquerra, autor de numerosos libros sobre las emociones y la
educación emocional, la autonomía emocional empieza con el autoconocimiento.
Y el autoconocimiento implica conciencia de los sentimientos, emociones, deseos
y actitudes.
Para reconocer las emociones y canalizarlas de forma asertiva, tal como explico en el
artículo (ver aquí artículo "La inteligencia emocional"), hace falta inteligencia emocional.
Las emociones tienen, entre otras, la función de protegernos y ayudarnos a vivir, siempre que no nos deborden. Por ejemplo, si hay un miedo excesivo a ser abandonado, esta emoción -el miedo- favorecerá una dependencia emocional que hará que la persona tenga una respuesta inadecuada a determinados estímulos que de otra forma no se interpretarían como amenazantes. La capacidad de gestionar las emociones y regularlas hace que tengamos estrategias de afrontamiento, tolerancia a la frustración y control de la impulsividad, entre otros recursos.
Asimismo, sin autoconocimiento y autoaceptación no puede haber autoestima. Y tampoco habrá autoestima sostenida en el tiempo, si depositamos la apreciación de nuestra valía en los demás. (ver aquí artículo: "La Autoestima"). La no dependencia de los otros para aceptarnos y valorarnos nos hace más fuertes y
estables. Y la estabilidad o, lo que es lo mismo, la fuerza del "yo", marca la diferencia
entre las personas con autoaceptación y las que dependen de la aprobación ajena. (ver
A las personas emocionalmente estables, las cosas que les suceden les pueden afectar
en cierta medida pero no alteran su autoconcepto y su autoestima. Es decir, su "yo"; se
mantiene sólido. En cambio, en el caso de las personas emocionalmente inestables y
con dependencia emocional, las vivencias adversas constituyen una amenaza para la integridad de su "yo".
Imaginemos una balanza; en uno de los platillos encontramos el autoconocimiento,
la autoaceptación, la autoestima, la fortaleza del "yo", la regulación emocional, la inteligencia emocioal, la estabilidad emocional y cierta invulnerabilidad.
Todas ellas se retroalimentan y potencian la autonomía emocional.
En el otro platillo de la balanza, nos encontramos la falta de autoconciencia, de autoaceptación y autoestima, la fragilidad, la falta de inteligencia emocional, la inestabilidad, la no regulación emocional y la vulnerabilidad.
Todas ellas también se retroalimentan y potencian la dependencia emocional.
Se trata de trabajar para favorecer cada uno de los elementos del primer platillo de la
balanza. Tenemos que conocernos y ser conscientes de nuestras emociones porqué
nos están desvelando algo. Sin embargo, las tenemos que regular para que no gobiernen nuestra forma de actuar y nuestra vida.
Si la balanza se decanta hacia el lado de la autoestima, la fortaleza del yo, la
estabilidad y todos sus aliados, cada vez seremos menos dependientes del
entorno y menos vulnerables. Tendremos, por tanto, más autonomia emocional.
Alcanzarla será como llegar a la cima de la roca más alta, esa roca que se sustenta en
otras rocas, la de la autoestima, la de la inteligencia emocional, la de la estabilidad...
a veces de forma asentada y otras en un equilibrio preciso.
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